
Por Guillermo W. Villa
En la Perla de la Sierra, poéticamente le llaman a la recién creada ciudad de Sahuaripa, el 27 de abril de 1891 nació el señor Lic. Don Gilberto Valenzuela, vástago de acomodada y distinguida familia cuyo progenitor fue Federico Valenzuela, hombre entusiasta en la educación de sus hijos; también fue padre de Don Federico, Arturo, Ricardo, Consuelo, así como de Guadalupe, Catalina, Aurelia, la señora de Wendland y María Valenzuela. La señora madre es Doña Eustaquia Galindo de Valenzuela.
Una feliz coincidencia hizo que el profesor Vieyra arribara a principios del siglo presente a la entonces apartada villa de Sahuaripa, quien con entrega inimitable inauguró una etapa importante de grata memoria para la juventud estudiosa del pueblo; allí el joven Gilberto terminó su instrucción primaria al lado del ilustre maestro. Ávido de conocimientos, continuó sus estudios en la Escuela de Varones en Guadalajara donde le reconocieron sus singulares dotes intelectuales, pulcritud en sus costumbres, la nobleza de su carácter y su vocación por el estudio, sobresaliendo sus calificaciones en todas las materias sin excluir las de deportes, pues ayudó incluso a retener el campeonato de football por cuatro años consecutivos. En el prestigiado centro docente, fue varias veces Presidente del centro Literario “Fiat Lux”. Salido de la Preparatoria, se inscribe en la Escuela de Jurisprudencia, fundando en 1910 con sus compañeros estudiantes una agrupación política de la que fue Presidente, denominada “Unión Estudiantil Antirreleccionista”.

Hermanos Valenzuela Galindo. De der. a izq.: Federico, Gilberto, Arturo, Ricardo y Conrado. Grandes hombres los que ha dado Sahuaripa.
En 1914 recibió su título de abogado cuando las huestes de revolucionarios llevaban al General Obregón a la cabeza, y atraído por la causa antirreleccionista, pasó con el Primer Jefe del Ejército Constitucionalista Don Venustiano Carranza a Veracruz, quien le confirió el honroso encargo de Juez Instructor Militar en Jalapa, y el de Agente del Ministerio Público Adscrito a la Procuraduría General Militar de la Nación. Pasada la contienda armada en que por la pericia militar del General Obregón quedó vencida definitivamente la facción Villista, recibió el joven jurisconsulto la comisión de reorganizar el Supremo Tribunal de Justicia del Estado de Sonora, su tierra natal, trayendo como invitado para ocupar el puesto de Magistrado al Lic. Emilio Portes Gil, hoy expresidente de México. Una vez organizado, fue designado Abogado Consultor, Secretario General de Gobierno, Gobernador Interino, retirándose a la vida privada para abrir su bufete en Hermosillo.
En Saltillo, Coahuila, desempeñó la cátedra de Leyes y en Mazatlán más tarde el puesto de Agente del Ministerio Público Federal. Es inconcluso decir que el nombre del Lic. Valenzuela en esas fechas era conocido en todos los rincones del Estado de Sonora y los vecinos de su tierra natal lanzaron su candidatura para Diputado al Congreso Local, la cual triunfó y a pesar del desagrado del Ejecutivo, ingresó a la Cámara donde no se hizo esperar asumiera la Presidencia de la misma. Como Presidente del Congreso de Sonora, protestó por la imposición del Ing. Ignacio Bonillas como candidato de Don Venustiano para Presidente de la República de 1919 a 1920. El Lic. Valenzuela es el autor del Plan de Agua Prieta en que se desconocía la autoridad del Presidente Carranza, y al triunfo del movimiento armado que culminó con la reprobable acción del asesinato del anciano de Cuatro Ciénegas, le fue encargado el Despacho de la Secretaría de Gobernación con el carácter de Sub-Secretario por no tener la edad requerida constitucionalmente para ser Secretario, colaborando leal y atinadamente al lado del señor Adolfo de la Huerta con su Gobierno Provisional.
Poco después fue nombrado Ministro Plenipotenciario en Suiza donde desarrolló para México una labor diplomática digna; se conquistó admiración por sus dotes de sabio jurisconsulto y don de gentes. Sin embargo, jamás el ilustre sonorense ha hecho alarde de los grandes honores conferidos a su persona por aquella y otras misiones diplomáticas, contrastando su modestia con algunos mexicanos productos del ocaso y de la época turbulenta de nuestras revueltas intestinas, elevados a la categoría de embajadores y cónsules cuya ignorancia es mayor que el cónsul que nombró Calígula.
En 1923, siendo Ministro de Gobernación y comprendiendo la escasa o ninguna divulgación histórica que tenía entonces México, y sobre todo Sonora, ordenó que se escribieran los relatos históricos del ilustre misionero Francisco Kino y de su acompañante el Capitán Mateo Mange, enviando una buena cantidad de esas obras al Gobierno de su Estado natal; asimismo, durante su gestión al frente de la Secretaría, se descubrió una placa conmemorativa al primer fundador de América, Francisco de Gante. Durante su estancia en países europeos se hizo alumno del Instituto Internacional de Derecho y siguió un curso de Ciencias Sociales y Económicas en la Sorbona, llegando a destacar en lides de alta cultura que le granjearon la Gran Medalla de la Corona, ofrecida por el Rey Alberto de Bélgica.
Sabiendo el General Plutarco Elías Calles de las innegables cualidades de cultura, talento, carácter y honestidad del distinguido sonorense de quien nos ocupamos, lo hizo ministro de Gobernación y con el deseo de servir a su Patria luchó ahí por el triunfo de las ideas revolucionarias por las que tanta sangre se había producido; entre otras el sufragio efectivo y la no reelección, desplegando esfuerzos extraordinarios para que el país se encarrilara definitivamente por un sendero de verdaderas instituciones. Si la refriega revolucionaria había cristalizado en leyes, justo es que esas leyes se acataran aún en contra de la voluntad caprichosa de muchas autoridades. Fue por eso que, cuando un grupo de individuos indisciplinados y en contra de toda la ley se apoderó del Templo de la Soledad por la violencia, propuso resuelta e inmediatamente al señor Presidente que en la misma forma fueran lanzados; en primer lugar, para dejar a salvo el principio de autoridad, y luego, para cortar de raíz la posibilidad de que se suscitara en México una guerra religiosa. También así se explica que en diversos Estados, donde algunos inquietos Diputados locales pretendieron con una palmaria ilegalidad deponer a los respectivos Ejecutivos, el Lic. Valenzuela impidió la realización de esas burdas maniobras prestando apoyo firme y decidido a los funcionarios constitucionales. En ocasión de las elecciones para Gobernador en el Estado de México, nuestro biografiado como Ministro de Gobernación por el estudio cuidadoso y circunstanciado de la documentación de los datos e informes que se le proporcionaron, llegó a la convicción íntima de que la voluntad del pueblo no había podido manifestarse sino en forma de protestas dada la enorme presión ejercida por las autoridades locales que abiertamente se empeñaron en imponer al señor Carlos Riva Palacio, quien se había rebelado para impedir la imposición de Bonillas; el Lic. Valenzuela no podría aprobar esta violación descarada a la voluntad del pueblo del Estado de México. Como el General Calles, en su carácter de Presidente de la República consideró conveniente sancionar esta imposición, el Lic. Valenzuela renunció a su encargo manifestando categóricamente al Ejecutivo que esos procedimientos desvirtuaban toda su labor de encauzamiento y moralización de nuestras prácticas democráticas y se hallaban en abierta pugna con sus convicciones y conciencia.
En 1928, viendo el recto y pundonoroso hombre objeto de este estudio que los próceres del movimiento revolucionario eran los principales en escarnecer los principios por los que tanto se había luchado, vio por consiguiente necesario emprender una cruzada de saneamiento, de moralidad y de decencia que el bienestar del país reclamaba a grandes clarinadas y volvió de la vieja Europa dejando su representación de Ministro de México en Londres, del que renunció declinando también a su regreso el ofrecimiento que se le hacía como Ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Rompió lanzas con el Jefe Máximo de la Revolución, simpatizó con el movimiento del 1929 que fracasó, viéndose obligado a vivir en Mesa Arizona varios años hasta que el 15 de junio de 1935 el General Lázaro Cárdenas, con gesto insólito en los anales mexicanos, lanzó al Jefe Máximo al destierro.