Por Ramiro Valenzuela López

Aunque mucho se ha escrito sobre este ilustre personaje originario de Magdalena de Kino, sigue siendo un placer referirnos de nueva cuenta a la vida y obra de Monseñor Porfirio R. Cornídez. En esta ocasión, a solicitud de dos o tres de nuestros escasos lectores; pero además estimulado por el espíritu que trae consigo la época navideña, toda vez que nuestro admirado personaje, en sus facundas homilías cada vez hacía vivir en carne propia el nacimiento del posteriormente martirizado Jesús de Nazaret.
Ocasionalmente en la época navideña, el Padre Cornídez acostumbraba recorrer los lugares más lejanos de la jurisdicción eclesiástica, como eran los pueblos del municipio de Rosario Tesopaco, a donde el que esto escribe, en calidad de acólito tuvo la fortuna de acompañar. Antes de partir a esos recorridos, los comerciantes y la feligresía en general sahuaripense, lo abastecía de dulces, canicas, pelotas, trompos, muñecas, útiles escolares, etcétera; objetos que en cada poblado visitado, después de narrar en forma de cuento infantil la vida de Jesús, procedía a repartir entre la niñez como regalos de navidad.
Tales relatos al estilo único del Padre Cornídez, resultaban para chicos y grandes por demás entretenidas. Al referir el oficio carpintero del señor San José, decía, que para bastecer de madera la carpintería, José, en un burrito acompañado de Jesús salían al campo a cortar mezquites, tézotas, palo fierro, etc. (vegetación propia de la región). Las pláticas siempre eran relacionadas con nombres de lugares estrechamente familiarizados por los niños (nombres propios del lugar); por ejemplo: «la tierra del naranjo” «la cañada del batamote” «la barranca de la zorra”, etc.; sobre todo, mencionaba apodos de personas muy caracterizadas en cada poblado como » el tío Jando”, «el meño” «el molacho”, etc. Al término de la plática el sacerdote procedía a repartir los regalos, lanzándolos al aire y haciendo bromas, en veces un tanto pesadas, como coscorrones, jalón de pelitos en la nuca, pellizcos, etc. Bromas que en veces hacían llorar a los niños; aun así. Los niños lo seguían por las rúas del pueblo. Ese era el carisma que el Padre Cornídez poseía.

El período Navideño en la Parroquia de Sahuaripa, daba inicio el 4 de diciembre con las posadas o peregrinaciones nocturnas que culminaban el día 12, con una magna serenata a la Santísima Virgen de Guadalupe. A la vez, las mañanitas a la virgen, era la voz de arranque para las famosas fiestas regionales que a su vez, se enlazaban con la navidad y el año nuevo. Por eso y más, con gusto retomamos el interesante tema sobre ese ilustre y célebre personaje que a mediados del siglo pasado, tuvo a su cargo la evangelización de una extensa jurisdicción eclesiástica extendida en la recóndita sierra sonorense, entre los municipios de Yécora, Arivechi, Bacanora, Rosario Tesopaco, Soyopa y Sahuaripa.
Los méritos de nuestro insigne homenajeado se agrandan si tenemos en cuenta, que en esa época los medios y vías de comunicación en la zona eran por demás rudimentarios; los traslados de personas y cosas se hacían a lomo de mula; la comunicación a distancia entre personas, era a través de cartas o tarjetas postales; los escasos caminos para vehículos, eran sinuosas brechas de terracería trazados a ojo de buen cubero por veras de arroyos y puertos bajos. No obstante Monseñor Cornídez, por su forma muy particular de evangelizar y por la simpática forma de comportarse en la vida privada, forjó toda una época que sigue y seguirá siendo recordada por muchas generaciones, tanto de feligreses, como de la sociedad en general, incluyendo a creyentes y no creyentes; incluso afiliados a religiones distintas al catolicismo.
Monseñor Cornídez, además de ser persona sobradamente cultivada, era inquieto, dicharachero; irradiaba una simpatía atrayente de niños, adolescentes y adultos; ricos y pobres. Dicen que su superior jerárquico el Arzobispo don Juan Navarrete y Guerrero, lo concebía, como «un santo loco” o bien, como «un loco santo”. La influencia que el Padre Cornídez ejercía ante la sociedad era única, debido quizá a hechos que rayan en lo milagroso, sucedidos en cada una de sus intervenciones; por esa razón, quien no le adoraba le temía.
Uno de esos hechos fuera de lo común, es haber rescatado de la muerte, a un herido de bala vecino de Sahuaripa, de nombre Rafael Jiménez, a quien encontró semi sepultado a la vera de un camino casi con las tripas fuera. Ayudado por su chofer, lo rescató y en la primera ranchería auxilió con remedios caseros; fajó con sábanas su estómago, y continuó por más de tres horas camino a Sahuaripa, donde en ese entonces solo había asistencia médica por demás elemental. El lesionado durante su prolongada convalecencia, se dedicó a leer un tomo de la sagrada biblia, obsequiado por el Padre Cornídez. El paciente ya recuperado y empapado de la santificada palabra divina, en calidad de ministro de la religión protestante, la puso en práctica. Actualmente uno de los respetables hijos de la persona rescatada casi de la tumba por el Padre Cornídez, radicado en Hermosillo, homónimo de su señor padre Rafael Jiménez, es un elocuente pastor cristiano, que además de predicar en la iglesia a su cargo, semana a semana lo hace a través de una escuchada estación de radio hermosillense, con un rating de católicos bastante aceptable.
Por ese y otros hechos similares, todo lo bueno y lo malo que sucedía en la región se atribuía a las bendiciones o maldiciones del Padre Cornídez. Él lo intuía e inteligentemente aprovechaba a la hora de solicitar apoyos económicos para la evangelización y para la gente necesitada de su diócesis; apoyos que comerciantes, agricultores, ganaderos y gente acomodada jamás cuestionaban. Debemos tener en cuenta, que el Padre Cornídez pedía limosna para hacer caridad, sobre todo para enfermos y gente pobre de su parroquia. La solicitud a
agricultores y ganaderos, iba acompañada de la promesa de orar por climas benignos y lluvias abundantes. Casualidad o milagro, pero cuando las lluvias escaseaban en la región, el Padre Cornídez, portando imágenes de la Virgen de Guadalupe y de San Isidro Labrador, organizaba procesiones por los campos aledaños a los poblados. Con frecuencia, tales peregrinaciones campestres, eran disueltas por tormentas eléctricas y lluvias abundantes.
El Padre Cornídez, era amante de la música vernácula; tanto, que, en los onomásticos de santos patronos, a donde siempre acudían grupos musicales, en la celebración de la eucaristía, que por cierto se hacía de espaldas a los feligreses, el Padre Cornídez con las manos palma con palma recogidas en el pecho, se volvía al público y ceremoniosamente decía: músicos, «toquen el venadito”.
Pocos personajes tienen en su haber tantas anécdotas como el Padre Cornídez; unas prudentes, otras formales como sus viajes a Roma; pero la mayoría de carácter bromista, que dan material para todo un volumen, como el publicado recientemente por el Presbítero sahuaripense don Mariano Hurtado, quien fue uno de los destacados relevos del Padre Cornídez en la parroquia de Sahuaripa. Son tantas las historietas, que el libro del Padre Mariano Hurtado, omite algunas, como una relacionada con el Arzobispo don Juan Navarrete, y otra relacionada con la recuperación de un valioso anillo. Se dice que en una de las visitas de don Juan Navarrete a la región de Sahuaripa, al arribar a la iglesia de Arivechi, el Padre Cornídez se percató que dentro de la indumentaria oficial, faltaba una prenda utilizada en el sacramento de la confirmación; era una especie de blusa holgada color púrpura. En esas tribulaciones, el Padre Cornídez, como mandada de cielo, vio llegar a la iglesia a una de las feligreses de complexión rechoncha, quien precisamente vestía una blusa blanca similar a la «roqueta”. El Padre Cornídez le dijo: «Cuca, tú me vas a sacar del apuro, quítate la blusa en la sacristía y préstamela”; doña Cuca, contagiada por la angustia reflejada en el rostro del sacerdote, de inmediato accedió y el incidente pasó desapercibido para el Arzobispo Navarrete.
La otra ocurrencia omitida en el libro de referencia, es la recuperación de una valiosa joya de tradición familiar, robada a una de las distinguidas damas de la sociedad sahuaripense. En una de las celebraciones eucarísticas, en la homilía, el Padre Cornídez exhortó a la feligresía a la inmediata devolución del anillo extraviado, so pena de un castigo divino. Al día siguiente, previo a la misa vespertina dio inicio la confesión. Se dice que el Padre Cornídez apresurado salió del confesionario subió al púlpito gritando: «Adela. Adela, caite, caite; ya apareció el anillo, no voy a decir quien lo trajo, pero está sentada en medio de la Chú Nacameri y la Ramona Burrola”.
En la década de los 50 el Obispo don Juan Navarrete y Guerrero, quizá considerando lo extenso de la jurisdicción parroquial y la avanzada edad del Padre Cornídez, designó como su auxiliar a un joven sacerdote de origen zacatecano don Pedro Ramírez, a quien luego la feligresía pudiente de Sahuaripa dotó de un automóvil Jeep, que le permitía atender con mayor asiduidad la extensa jurisdicción de la diócesis. Se implantó así, un nuevo y moderno estilo de evangelizar. Monseñor Cornídez, con la honestidad que le caracterizó, propuso al Padre Pedro Ramírez ante el Arzobispo don Juan Navarrete, como su relevo y nuevo párroco de la basta diócesis de Sahuaripa.
El Padre Cornídez con la edad encima y con la tristeza en su rostro, en la década de los 60´s, partió de Sahuaripa a la diócesis de Hermosillo, donde no obstante su avanzada edad, continuó con su estilo alegre, bromista y dicharachero conquistando también el corazón de las familias capitalinas…