Por Manuel I. Rivera Galindo

Hermosillo, Sonora, a 21 de junio de 2022.
Factores decisivos para la derrota del PRI el pasado 5 de junio fueron los siguientes:
Desde su fundación, hace 93 años, al interior del PRI se escenificó una encarnizada lucha por mantener el control: por un lado, los grupos y sectores se inscribieron dentro de la llamada ala izquierda que ha postulado como premisa fundamental la transformación y la alianza popular para arribar al poder; y por el otro, los del ala derecha, buscando solo mantenerse en el poder por el poder mismo, tradicionalistas que quisieron que los principios y programas de acción bajo los cuales estos surgieron, permanecieran como estaban, para seguir manejándose según el estilo muy personal y el momento político que se estaba viviendo.
Hasta el momento, es más que evidente que el ala derecha del partido se ha impuesto; solo basta ver su alianza con el Partido Acción Nacional, su permanente adversario, cuyo nacimiento surgió precisamente como reacción al cardenismo, la ideología más nacionalista del PRI.
De estos enfrentamientos intestinos, embestidas de uno y otro lado se dejaban venir, aduciendo argumentos artificiales formados en los entretelones del poder; el pueblo, la verdadera militancia, poco, o mejor dicho nada, han sabido. Finalmente, indirectamente y por el evidente desgaste en que incurrió por los perniciosos vicios repetidos una y otra vez, el PRI ha llegado a comprender que efectivamente va en retroceso y no obstante los esfuerzos por revitalizarlo, estos errores se repitieron en más de una ocasión.
Desde el magnicidio de Luis Donaldo Colosio, el perder por primera vez la presidencia de la república en 2000 y luego en 2006, recuperarla en 2012 para después perderla abrumadoramente en 2018, hasta haber permitido la corrupción de muchos de sus gobernadores que hoy están presos, el PRI ha venido, como dice el tango clásico, cuesta abajo en su rodada.
Como casi siempre sucedió, los enfrentamientos estuvieron a la orden del día. Lógicamente las corrientes dominantes en el PRI y PAN quisieron acaparar los reflectores como los protagonistas principales del futuro de la nación; otra vez los “enemigos”, “los adversarios”, los grupos, los sectores estuvieron en la picota y la sociedad seguía sin saber nada, lo único que medio entendía era que algo se cuajaba arriba y que mientras eso pasaba, el partido iba en declive, sin que al parecer naba hubiera que lo pudiera detener.
De estos agarres en la cúpula, como siempre, fueron pocos los que sabían qué era lo que estaba pasando. Amplios sectores de la sociedad civil tuvieron la esperanza de ver al instituto político en la avanzada de las grandes causas del pueblo, por un lado por lo amplio y consistente de su plataforma política y por el otro, por el compromiso histórico de responder al origen popular que lo vio nacer un 4 de marzo de 1929.
Contrario a esto, el Partido Revolucionario Institucional tal vez perdió su última oportunidad de renovarse y ser consecuente con su propia historia de marchar al lado del pueblo mexicano, al votar en contra de la reforma eléctrica nacionalista propuesta por el presidente Andrés Manuel López Obrador. Aunque apenas se esté disipando el humo de una batalla electoral en la que los ciudadanos le cobraron al PRI y a toda la oposición el olvido de las demandas populares, es el tiempo oportuno de reflexionar sobre el futuro del partido: seguir atado a una alianza en la que el mayor provecho lo saca su adversario histórico, el PAN, y los personajes de la élite económica que la crearon; o retomar su propio camino desde su origen popular, su voto duro y su estructura organizativa que, como capital político, no es nada despreciable para iniciar de nuevo. He ahí la disyuntiva.