SOLO RECUERDOS
Por E. Ramiro Valenzuela López

Salpicadas de nostalgia vienen a mi memoria, inolvidables costumbres de hace unas cuantas décadas. Por fortuna aún estamos para recordarlas. Las fiestas navideñas en mi pueblo, eran una tradición llena de romanticismo.
Recuerdo que uno de los problemas apremiantes en la zona serrana era el desempleo. La mayoría de la población dependía de la fabricación clandestina del bacanora, producirlo era una odisea. Era bebida tan prohibida como ahora la cocaína.
El jefe de familia para conseguir un empleo legal y digno, tenía que abandonar pueblo y hogar. La mayoría se acogía al programa México-americano, diseñado para contratación de braceros.
Los empleos foráneos fortalecieron a los servicios postal y telegráfico. Entonces únicas formas de comunicación.
El servicio postal se prestaba en un camioncito tipo pick-up acondicionado para pasajeros. Transitaba por sinuosos caminos cruzando poblados. En cada lugar dejaba una “valija” o saco de lona con franjas de vivos colores que contenía la correspondencia.
La oficina de correos, por lo general estaba en la casa habitación del empleado postal.
Al arribo del referido camioncito, la gente se arremolinaba en espera del sobre americano con bordes azules y rojos repleto de dólares. Era emotivo ver caras radiantes de alegría, como conmovedor era ver rostros cabizbajos de quienes se retiraban con las manos vacías.
Otra fuente de empleo foránea, fue la “pizca de algodón» en Cajeme. Labor que desempeñaban adultos, adolescentes, damas y caballeros. Año tras año la algarabía de mi querido terruño, se trasladaba a los campos agrícolas del valle del yaqui propiedad de los paisanos: Ing. Leandro y Melchor Soto Galindo.
A pesar del sofocante calor la pizca se realizaba en un ambiente festivo. Se establecía entre los piscadores una especie de competencia. El reto era pizcar cuando menos cien kilos diarios.
El sábado día de raya, cada quien en el campamento se relajaba a su manera. Por lo general frente a un humeante asador y una frígida hielera; sin dejar de rendir honores al rico bacanora.
En agosto, las familias se trasladaban de Cajeme a la costa de Hermosillo, donde las pizcas concluían el mes de diciembre. Con cierta solvencia económica, las familias retornaban al pueblo a disfrutar las “festividades navideñas”.
El rito navideño en mi puebo iniciaba nueve días antes, con procesiones nocturnas que partían del templo portando imágenes de san José y la virgen María. Pedían posada en la casa que previamente la solicitaba. Terminados los villancicos de fuera y de dentro se abría la puerta, ingresaban los peregrinos e iniciaba el rezo. Concluido el rito religioso seguían el menudo, tamales, champurro, buñuelos, sin faltar el rico bacanora.
La velación del 24 de diciembre se llevaba a cabo en el interior del templo. Por fuera una enorme fogata alimentada con macizos troncos de chino y mezquite. Para mitigar el frio de las damas, los caballeros introducían al templo cacerolas rebosantes de chispeantes brazas.
Al primer canto del gallo repicaban las campanas en lo alto de la torre, anunciando el nacimiento del Niño Dios. En el interior del templo, entre cánticos y olor a incienso, iniciaba la fila de creyentes, para en vía de adoración besar los pies del recién nacido.
Recuerdo que, cuando aún no llegaban los beneficios de la electricidad, el silencio sepulcral y la tenebrosa oscuridad que imperaban en el poblado, hacían que se apreciara en toda su magnitud la serenata avícola propiciada por el primer canto del gallo, secundado por los demás gallos de la comarca.
El festejo navideño continuaba día con día hasta ligarse con el año nuevo. El magno baile del 31 de diciembre se celebraba en la plaza pública bajo un frío que calaba los huesos. Recuerdo que, mientras sacudíamos de nuestros hombros la escarcha, el profesor Genaro Jiménez en su papel de entusiasta animador, señalaba los minutos faltantes para la entrada del nuevo año
Era costumbre que, al acercarse la entrada del año nuevo, los jóvenes cedían la pista de baile a personas de la tercera edad. En “pieza robada”, las damitas invitaban a bailar a los decanos, quienes a ritmo de valses, chotis y polcas despedían el año viejo.
En un ambiente de paz, optimismo y esperanza, el sarao continuaba hasta el amanecer. FELIZ NAVIDAD