Un ensayo de Antonio Nakayama. (II Y ÚLTIMA)

Continuamos con la segunda parte de este valioso documento del historiador sinaloense Antonio Nakayama que retrata a sonorenses y sinaloenses y que escribió desde su exilio en Sonora, a principios de la década de los años 70 del siglo pasado.
La confianza del tuteo
“El tuteo es una de las costumbres más arraigadas. Cuando alguien es presentado a otra persona, los primeros escarceos se desarrollan en medio de ceremoniosos usted, pero a los diez minutos ambas partes se están tuteando como si se conocieran de muchos años atrás. Para los nativos de otras regiones, lo anterior cae mal, pero en realidad –salvo cuando se habla con gente que merece respeto por su edad, saber y gobierno- es una costumbre que agrada por la confianza que presta”.
Regionalismos y rivalidades entre ciudades
Es interesante constatar el regionalismo que priva entre sinaloenses y sonorenses. (…) Hermosillo ha sido siempre el burgo más importante de Sonora por ser el más poblado, capital y asiento cultural de la entidad, a más de urbanísticamente es agradable, y estos atributos constituyen un timbre de orgullo para sus habitantes. Lo malo es que como resultado de lo anterior, de tiempo acá la vienen considerando como el ombligo del mundo, pero como no ha de faltar competencia, un buen día, en las tierras que baña el Yaqui, surgió una población que en pocos años se transformó en ciudad de bastante importancia, y esto dio origen a otro foco de regionalismo pues para sus pobladores Ciudad Obregón es también el ombligo del mundo, y la duplicidad de ombligos del planeta es asunto harto interesante. (…) En Sinaloa, el núcleo más regionalista se encierra en Mazatlán. El puerto fue hasta los años treinta la población de más categoría en el estado, y con este motivo los mazatlecos pensaban que todo terminaba al pasar el puente Juárez; durante una temporada le llamaron Puerto Paraíso, y creían que fuera de Mazatlán no había nada bueno. Las pugnas regionalistas de mazatlecos y culiacanenses alcanzaron perfiles de la de los Montescos y Capuletos. Las baterías de los mazatlecos estaban emplazadas siempre hacia Cualiacán, así que los habitantes de ésta, que no tenían más argumentos que esgrimir que la excelencia de los tacuarines y la belleza de sus mujeres, acudían al último de ellos cuando estaban a punto de tirar la toalla, pero con la apertura de los grandes sistemas de riego la capital sinaloense alcanzó una gran importancia en diversos órdeness, dejando muy chiquito al puerto, y los culiacanenses, que durante largos años sufrieron los alardes de los porteños, ahora miran a éstoss por encima del hombro. Otro foco de regionalismo surgió con el auge y crecimiento de Los Mochis, ciudad a la que por lógica se le señala como la futura metrópoli noroccidenteal. Sus habitantes padecen localismo agudo, pero su enfermedad no se proyecta contra los pueblos vecinos, sino que va dirigida a Culiacán y Mazatlán. Las pugnas nacidas de estos localismos tan cerrados alcanzaron ribetes de guerra mundial, especialmente en los juegos de pelota que se verificaban entre Mazatlán y Culiacán, pues en las tribunas y fuera de los campos deportivos se suscitaban grescas mayúsculas, y no pocas veces los visitantes eran despedidos entre una lluvia de piedras. En Sonora es bien conocida la amarga rivalidad que hay entre Empalme y Guaymas, pues pese a su proximidad los habitantes no se miran con mucha cordialidad cuando se trata de dirimir superioridad deportiva.

Generosos, solidarios y amigos
En su aspecto positivo, los habitantes de Sonora y Sinaloa muestran que poseen cualidades y virtudes que no desmerecen ante las de los pobladores de otras regiones de México. Su generosidad es muy amplia y la muestran en forma decisiva al apoyar las causas nobles que significan un mejoramiento social, tales como obras de beneficiencia o de servicio, encuentran una noble acogida para su desarrollo. La Universidad de Sonora ha sido obra del pueblo, que no ha vacilado nunca en prestarle su colaboración, y en Sinaloa, cuando el alma mater ha recurrido a los sinaloenses, éstos han respondido con magnificencia. (…) En la amistad se muestran verdaderos amigos, y conste que me estoy refiriendo a la amistad genuina, no a la ocasional, ya que los mexicanos tenemos el defecto de llamar amigo al primero que se nos pone enfrente. (…)

La fraternidad de sonorenses y sinaloenses a través de la historia, de la reforma a la revolución
Pero las diferencias existentes no alteran la fraternidad de sonorenses y sinaloenses, los que han formado un grupo humano de recia personalidad que ha influido notablemente en los destinos políticos y sociales de la república. En la época colonial, este grupo partió con el capitán Juan Bautista de Anza a una de las aventuras más románticas y angustiosas, y tras de cruzar los desiertos de Arizona y California, fundó el puerto de San Francisco. Mas tarde, en los días amargos y sombríos de la Reforma, sonorenses y sinaloenses se unieron para luchar contra los partidarios de un sistema social anacrónico y sin razón de ser. Ignacio Pesqueira, el hombre más extraordinario que haya nacido en Sonora durante la centuria pasada fue, indiscutiblemente, el forjador de don Plácido Vega la figura más tormentosa y pintoresca de Sinaloa, pues cuando éste último lanzó su famoso Plan de El Fuerte, el caudillo de Bacanuchi envió en su auxilio tropas sonorenses al mando del prócer Jesús García Morales, y no contento con esto se puso al frente de las fuerzas liberales reuniendo en su persona los cargos de gobernador y comandante militar de las dos entidades. Los nobres de Corella, Palomares, Toledo, y otros muchos, se popularizaron en Sinaloa, y un buen día sonorenses y sinaloenses, formando la brigada “Sinaloa” embarcaron en Mazatlán bajo las órdenes de don Plácido Vega para ir a combatir a los franceses. Desembarcaron en Zihuatanejo y atravesaron a pie las abruptas serranías de Guerrero hasta llegar a la cidudad de México, donde sucios y andrajosos, pero altivos y orgullosos, desfilaron en medio de la admiración y el aplauso de los capitalinos, pues hasta entonces no se había registrado que un cuerpo de ejército hicieran una caminata tan larga y penosa para ir a defender los intereses de la república. La brigada encuadró primero bajo las órdenes de don Ignacio Comonfort, y después bajo las de Porfirio Díaz, y fue en esta ocasión cuando el temperamento bronco de los hombres del noroccidente se puso de manifiesto, pues en carta que don Porfirio escribió al presidente Juárez, entre otras cosas le decía: “no sé quién me da más guerra, si los franceses o los soldados de don Plácido”. Después, cuando los imperialistas entraron a tierras sonorenses, Antonio Rosales, la figura mas diáfana y pura de la historia sinaloense, ofrendó su existencia en defensa de Sonora, y Ángel Martínez, con sus famosos macheteros –que todavía son recordados con admiración y espanto- llegó desde la tierra de los once ríos para aterrorizar y poner fin a los sostenes del oropelesco imperio.
Pasaron los años. Un día, el país se iluminó con las llamaradas trágicas del gran incendio de la revolución, los hobres de Sinaloa y Sonora se desbordaron como torrente impetuoso sobre la altiplanicie para estructurar un México nuevo, y los nombres de Alvaro Obregón, Benjamín G. Hill, Salvador Alvarado, Angel Flores, Rafael Buelna, y otros más, llenaron los ámbitos de la república, y el evangelio de la redención social fue llevado a sangre y fuego desde la aridez bajacaliforniana hasta la meseta yucateca. A partir de la Reforma, en todos los grandes movimientos sociales de México, llanuras y montañas se han empurpurado con las rosas rojas de los hijos del noroeste, y hoy en día Sonora y Sinaloa están librando la batalla decisiva de su vida histórica: la de la liberación económica del país.
Para consultar la primera parte de este ensayo, por favor consultar: https://revistasonorasinaloa.com/2021/09/29/entre-sonorenses-y-sinaloenses-afinidades-y-diferencias/?fbclid=IwAR28kmPXSVcnjeOBMH4lwPYkAGzUhgIHIR5qE4MyvwPy2J7RGAs0v4Bum54